Durante la Edad Media, el vino no fue solamente una bebida social o ritual, sino que también desempeñó un papel esencial como medicina natural en la práctica médica de monjes, médicos y herbolarios medievales. La percepción que se tenía del vino medicinal en este periodo se sustentaba en las enseñanzas de la medicina galénica, que dominó las escuelas y hospitales monásticos, donde se creía que los líquidos, como el vino, influían decisivamente en el equilibrio de los humores corporales.
El vino en la medicina medieval
En los tratados médicos medievales, el vino curativo aparece como ingrediente fundamental en la elaboración de remedios caseros y fórmulas farmacéuticas. Los médicos medievales, basándose en la tradición grecorromana, atribuían al vino propiedades antisépticas, analgésicas y digestivas. Estas cualidades se debían, según los galenistas, a su capacidad para calentar y humedecer el cuerpo, corrigiendo desequilibrios en la bilis y la sangre. Por esta razón, el vino tinto se prescribía para enfermedades relacionadas con el frío y la humedad, mientras que el vino blanco, considerado más ligero y seco, se recomendaba para males derivados del calor y la sequedad.
Elaboración de vinos medicinales
En los monasterios medievales, centros neurálgicos de la medicina monástica, se producían diversos tipos de vinos aromatizados con hierbas, especias y raíces. Estas combinaciones, conocidas como vino especiado o vino herborizado, eran muy valoradas por sus supuestos efectos curativos. Se preparaban mezclando el vino con ingredientes como mirra, canela, clavo, anís, hinojo, salvia, romero y menta, buscando potenciar sus propiedades medicinales. Además, se empleaban variantes como el vino de hipocrás, famoso en la Europa medieval, que combinaba vino tinto con miel y especias, considerado excelente para fortalecer el corazón y mejorar la digestión.

El vino como desinfectante y antiséptico
Debido a la carencia de métodos de esterilización efectivos, el vino antiséptico se utilizaba habitualmente para lavar heridas y limpiar instrumental quirúrgico. Los médicos medievales observaban que los tejidos tratados con vino presentaban una menor probabilidad de infección. Esta práctica, transmitida desde los antiguos textos de Hipócrates y Galeno, perduró a lo largo de los siglos, consolidando el papel del vino medicinal como una de las pocas opciones antisépticas disponibles. Además, se administraban pequeñas cantidades de vino a los pacientes antes de intervenciones quirúrgicas rudimentarias, con la intención de calmar el dolor y reducir el sufrimiento.
El vino como analgésico y sedante
El vino sedante tenía también un uso importante como calmante natural. En una época en que los opiáceos eran escasos o de difícil acceso, los médicos medievales utilizaban vino mezclado con sustancias narcóticas como beleño, mandrágora o adormidera para aliviar el dolor en pacientes aquejados de enfermedades graves o durante amputaciones.
Estos vinos narcotizados eran preparados cuidadosamente en las boticas monásticas, convirtiéndose en auténticos remedios de uso limitado y reservado a casos extremos.

Vino digestivo y terapéutico
El vino digestivo ocupaba un lugar destacado en los recetarios medievales. Los médicos recomendaban vino especiado o vino ligero antes y después de las comidas para favorecer la digestión y evitar trastornos estomacales. Se creía que ayudaba a equilibrar los humores estomacales, calentar el estómago y prevenir gases y cólicos. Los vinos medicinales de naturaleza tibia, como los aromatizados con hierbas cálidas, eran especialmente indicados para las personas ancianas o débiles, que necesitaban fortalecer su estómago y revitalizar su sangre.
Medicina monastica
En los monasterios medievales, los monjes boticarios elaboraban vinos medicinales siguiendo recetas transmitidas a lo largo de generaciones. Los monasterios se convirtieron en centros de conocimiento donde se estudiaba la aplicación de vino curativo en el tratamiento de dolencias como fiebres, cólicos, heridas, infecciones y enfermedades pulmonares. Los tratados como el Tacuinum Sanitatis o los manuscritos de Hildegarda de Bingen describen diversas preparaciones de vino herborizado para aliviar dolencias específicas, demostrando el conocimiento acumulado por la medicina medieval en torno al vino como agente terapéutico.

Simbolismo religioso y espiritual
Más allá de sus usos prácticos, el vino sagrado tenía una dimensión espiritual en la Edad Media. Era considerado símbolo de la sangre de Cristo y, por ende, portador de virtudes sanadoras y purificadoras. Los monjes empleaban vino bendecido no solo en la liturgia, sino también como remedio contra enfermedades espirituales y físicas. En situaciones desesperadas, se ofrecía vino consagrado al enfermo para reconfortarlo y prepararlo para la muerte. Esta dimensión trascendental del vino medicinal reforzaba su valor simbólico como sustancia capaz de purificar el cuerpo y el alma.
Vino como vector de principios activos
En la farmacología medieval, el vino se utilizaba como vehículo para disolver, extraer o potenciar los principios activos de plantas medicinales. El vino macerado se empleaba para extraer las propiedades de sustancias como la corteza de sauce, usada para bajar la fiebre, o el beleño para calmar los nervios. Estas infusiones alcohólicas, llamadas vinos preparados, servían para transportar más eficazmente los principios curativos al organismo y facilitar su absorción.
Boticas medievales
Las boticas medievales o apotecas, frecuentemente situadas en monasterios o centros urbanos, ofrecían a la población vino medicinal elaborado según recetas específicas. Estos vinos farmacéuticos eran utilizados tanto para consumo oral como para uso tópico. Los boticarios medievales elaboraban vino medicinal siguiendo métodos rigurosos y normativas escritas en manuales como el Antidotarium Nicolai o los códices salernitanos. Así, el vino curativo se convirtió en un producto esencial en los botiquines medievales, aliviando desde enfermedades infecciosas hasta trastornos mentales.

El papel del vino como medicina en la Edad Media fue, sin duda, fundamental en una época en la que los recursos terapéuticos eran escasos y la comprensión de la salud se hallaba profundamente ligada a creencias religiosas y teorías humorales. Utilizado como remedio casero, antiséptico natural, sedante, digestivo y tónico espiritual, el vino medicinal formó parte esencial de la farmacopea medieval. Gracias a la labor de monasterios medievales, boticas y médicos de la época, se consolidó como uno de los pilares terapéuticos más respetados, dando forma a una tradición que perviviría hasta bien entrado el Renacimiento.