La elaboración del vino en la Antigua Grecia fue una de las prácticas agrícolas, culturales y espirituales más relevantes de la civilización helénica. Lejos de ser una simple actividad agrícola, la producción vinícola representaba un complejo entramado de conocimientos transmitidos de generación en generación, donde se conjugaban los saberes sobre el cultivo de la vid, la interpretación de los ciclos naturales, las costumbres religiosas y la búsqueda de un producto que no solo saciara la sed, sino que tuviera un profundo significado simbólico y espiritual.
El cultivo de la vid en la Antigua Grecia
El proceso de producción del vino en la Antigua Grecia comenzaba con una cuidadosa planificación del viñedo.
La elección del terreno era fundamental, pues los antiguos griegos comprendían perfectamente que el tipo de suelo, la orientación del campo y la exposición solar influían notablemente en la calidad final del vino.
Buscaban terrenos con buena inclinación, preferentemente en laderas pedregosas y bien drenadas, expuestas al sol del Mediterráneo. Estas condiciones favorecían la concentración de azúcares en la uva, esencial para obtener un mosto rico en potencial fermentativo.
La vid griega, en su mayoría de la especie Vitis vinifera, era cultivada utilizando técnicas de conducción muy simples, que permitían a las plantas crecer bajas y protegidas del viento. Las labores agrícolas incluían el abonado orgánico, la poda estratégica, el control manual de plagas y, en algunos casos, la asociación con otras plantas para proteger el cultivo.

Poda y cuidado de los viñedos
Durante el invierno, los agricultores realizaban la poda para fortalecer las cepas y orientar su crecimiento. A medida que la primavera avanzaba, comenzaba la vigilancia del crecimiento vegetativo, con el objetivo de regular la carga de frutos y garantizar un equilibrio entre la producción y la calidad. En verano, el clima seco y cálido favorecía la maduración de los racimos, que se dejaban en la vid hasta alcanzar el punto óptimo de concentración de azúcares, ácidos y compuestos aromáticos.
Este momento, conocido como madurez fenólica, era determinado por la experiencia visual, táctil y gustativa de los vinicultores, ya que no contaban con instrumentos de medición modernos.
La vendimia
La vendimia, uno de los momentos más esperados del año, tenía lugar normalmente entre finales de agosto y principios de septiembre. La recolección de las uvas se realizaba manualmente, con sumo cuidado para no dañar los racimos. Esta etapa no solo implicaba un trabajo intensivo, sino también un componente festivo. Las comunidades se reunían para recolectar las uvas, y el inicio de la temporada vinícola era celebrado con danzas, cantos y ofrendas al dios Dionisio, divinidad griega del vino, el éxtasis y la fertilidad.

El pisado de la uva
Una vez recolectados los racimos, se transportaban en canastos de mimbre o cestas de barro hasta los lagarés, que solían estar construidos de piedra o excavados directamente en la roca. En estas estructuras se llevaba a cabo el pisado de la uva, una práctica icónica del proceso vinícola griego.
Los trabajadores, muchas veces esclavos o miembros jóvenes de la familia, pisaban las uvas con los pies descalzos, un método que permitía liberar el jugo sin dañar las semillas, lo que habría producido amargor en el mosto. Este acto, además de ser una técnica práctica, era también un momento de celebración colectiva, donde se mezclaban la alegría, el trabajo comunitario y la sacralidad del acto de transformar el fruto de la tierra en vino.
Fermentación
El mosto obtenido de este prensado inicial descendía por canales hacia vasijas de barro colocadas estratégicamente para su recolección. Este líquido espeso, lleno de azúcares, taninos y levaduras silvestres, era el corazón del proceso de vinificación. La fermentación comenzaba de forma espontánea pocas horas después, gracias a las levaduras naturales presentes en la piel de las uvas y en el ambiente del lagar.
Para fermentar el mosto, los antiguos griegos utilizaban grandes recipientes cerámicos llamados pithoi, que podían alcanzar una capacidad de varios cientos de litros. Estas tinajas se colocaban parcialmente enterradas en el suelo, tanto para facilitar el acceso como para mantener una temperatura relativamente constante durante el proceso fermentativo.
El mosto se vertía en el interior de estos pithoi y se dejaba fermentar durante un periodo que podía variar según la temperatura ambiental y el tipo de vino que se deseaba obtener.
En muchos casos, se realizaban remociones manuales para oxigenar el líquido y permitir que las burbujas de dióxido de carbono escaparan, evitando así una fermentación deficiente.

Técnicas de conservación del vino en la Grecia Antigua
Una vez finalizada la fermentación, que podía extenderse desde unos días hasta varias semanas, los griegos procedían al trasiego del vino, separando el líquido de los sedimentos sólidos, como restos de piel, pepitas y levaduras muertas.
Este paso era fundamental para evitar sabores indeseados y para obtener un vino más limpio y estable.
El vino clarificado se transfería a nuevas ánforas, que eran selladas con tapones de barro, cera de abeja o telas impregnadas en resina.
En algunos casos, especialmente cuando se preveía un almacenamiento prolongado, los productores añadían resina de pino, no solo para proteger el vino de la oxidación, sino también como elemento aromático y conservante.
Esta práctica dio origen al vino resinado, cuya tradición ha sobrevivido hasta el presente en la forma del célebre retsina griego.

Crianza del vino en la Antiguedad
El almacenamiento del vino griego se realizaba principalmente en ánforas, cuyo diseño estaba optimizado para el transporte y conservación. Estas vasijas cerámicas eran etiquetadas con inscripciones que indicaban el origen geográfico del vino, la cosecha, la calidad y, en algunos casos, el nombre del productor.
Durante el periodo de reposo, algunos vinos eran sometidos a procesos de envejecimiento en ánforas almacenadas en sótanos frescos o cuevas naturales. Aunque el concepto moderno de crianza controlada no existía como tal, los griegos comprendían que el paso del tiempo modificaba el carácter del vino, suavizando su textura, concentrando sus aromas y desarrollando matices únicos.
Los conocimientos sobre vinificación no estaban reservados únicamente a los campesinos. Intelectuales, poetas y filósofos también se interesaban por el arte del vino. Existen documentos, fragmentos de tratados y referencias literarias que describen con precisión los métodos de producción, las variedades de uva más apreciadas y las diferencias entre los vinos de distintas regiones del mundo helénico.

En suma, la elaboración del vino en la Antigua Grecia fue una manifestación clara del ingenio, la sensibilidad y el vínculo espiritual que los griegos mantenían con la tierra. No se trataba simplemente de producir una bebida alcohólica, sino de cultivar un símbolo de civilización, fertilidad y divinidad. Cada paso, desde el cultivo de la vid hasta el consumo del vino en los banquetes, estaba imbuido de una dimensión social, simbólica y estética. Esta tradición enológica no solo forjó el carácter de la cultura griega, sino que también sentó las bases de la viticultura en el mundo occidental.