El vino en el simposio griego no fue simplemente un elemento gastronómico: se trató de un símbolo de civilización, un instrumento de conexión espiritual y un catalizador de la vida intelectual y artística de la Antigua Grecia. Desde su asociación con el dios Dionisio hasta su rol en la configuración del pensamiento filosófico, el vino griego antiguo es un fenómeno cultural que trasciende su función como bebida para convertirse en uno de los ejes fundacionales de la cultura helénica.
El Simposio
El simposio (sympósion) no era una simple reunión entre amigos: era una institución aristocrática con una estructura ritualizada y normas estrictas que regían su desarrollo.
Esta práctica se realizaba tras el banquete (deipnon), cuando los comensales se recostaban en kline o lechos de banquete, y comenzaban a beber vino mezclado con agua según proporciones fijadas por el symposiarca, quien controlaba la atmósfera de la reunión.
Este encuentro masculino, al que sólo asistían ciudadanos libres, era reservado para los más cultos y pudientes, lo que lo convertía en un símbolo de estatus social. En él se alternaban momentos de conversación filosófica, recitales poéticos, actuaciones musicales, debates políticos y juegos eróticos, todo bañado por el flujo constante del vino.
La organización del simposio reflejaba el ideal griego de la sofrosyne, o moderación, virtud esencial del ciudadano ateniense. El exceso estaba mal visto, y el vino debía ser un medio de liberación espiritual, no de embriaguez descontrolada.

La importancia de la religión helénica en el Simposio
El vino en la cultura griega está íntimamente ligado a Dionisio, divinidad ambigua que encarna tanto el éxtasis como la irracionalidad, el placer como el caos. Durante el simposio, el acto de beber no era meramente hedonista: era también una forma de rendir tributo al dios y acceder a una dimensión más elevada de la existencia.
Dionisio representaba la desinhibición controlada, el desmantelamiento temporal de las normas, y su presencia espiritual se manifestaba simbólicamente en el efecto del vino sobre el alma. Beber, bajo esta óptica, era participar de una forma de iluminación dionisíaca: una experiencia que permitía trascender los límites del yo racional y abrirse al mundo de lo poético, lo musical y lo amoroso.
El Kottabos
El kottabos era el juego estrella de los simposios. Consistía en lanzar los restos del vino con precisión desde la copa hacia un blanco específico, generalmente una pequeña figura metálica o un plato.
El éxito del disparo se interpretaba como augurio de amor o fortuna. Además, existían competencias de improvisación poética, acertijos, adivinanzas y pruebas musicales, todos regidos por las reglas no escritas del kalokagathía: la armonía entre belleza y virtud.
El vino, en este contexto lúdico, se convertía en una herramienta para medir la inteligencia, el ingenio y la creatividad de los participantes.
Vino y filosofía
Uno de los mayores legados del vino en el simposio griego fue su papel como facilitador del pensamiento. En un entorno relajado pero estructurado, los participantes discutían temas como la ética, el amor, la justicia, la muerte, la educación, e incluso la naturaleza del alma. Obras como El Banquete de Platón o los Discursos socráticos muestran cómo el vino, lejos de embotar el juicio, podía expandir la conciencia si se bebía con equilibrio.
Sócrates, por ejemplo, era célebre por beber sin emborracharse, mostrando así el ideal del control sobre el cuerpo y los impulsos. En este sentido, el simposio era un campo de entrenamiento espiritual, una especie de filosofía líquida, donde el vino abría la puerta a la mayéutica socrática.

Erotismo, género y sexualidad
El vino en la Antigua Grecia no se desvinculaba del deseo. El simposio funcionaba como un espacio donde las tensiones eróticas se sublimaban a través de la poesía, la música y el arte de la conversación. Las hetairas, mujeres cultas y refinadas, estaban presentes para entretener, debatir y seducir con inteligencia.
Por otro lado, el amor masculino o pederastia era también parte del imaginario simposíaco, en el cual el erastés (amante mayor) instruía y admiraba al erómenos (joven amado) dentro de un marco socialmente aceptado. El vino, en estos casos, servía de mediador emocional, de lubricante social y de símbolo de entrega compartida.
Influencia del vino griego en las culturas posteriores
La huella del vino griego antiguo no se diluyó con el paso de los siglos. Al contrario, su influencia se expandió a través de la cultura romana (donde el convivium replicaba el modelo del simposio) y dejó rastros en la tradición medieval cristiana, donde el vino conservó su carácter sagrado en el rito eucarístico. Además, el ideal de la tertulia ilustrada en la Edad Moderna recuperó la idea del vino como estimulante del intelecto.
Incluso hoy, el enoturismo, el auge de la viticultura mediterránea, y la celebración del vino como arte beben directamente de la herencia helénica.